Luis Gabú

VUDÚ y MAGIA NEGRA

 

          Haití es un país en el olvido, donde la violencia, la miseria, la guerra civil latente, y una población afectada por uno de los mayores índices de Sida y otras enfermedades,  lo colocan entre los más pobres, caóticos, insalubres y peligrosos del mundo; tanto, que sus vecinos, los dominicanos, no se atreven a cruzar la frontera hacia territorio haitiano por temor a ser víctimas de un país sin Ley y lleno de escalofriantes misterios.

Pero entre los haitianos permanece el orgullo de ser la primera república Negra independiente (año 1804), tras haber aplastado al ejército de Napoleón 12 años antes de Waterloo, por el denominado “Ejercito Caníbal haitiano”, nombre éste también utilizado por los rebeldes en las recientes revueltas del 2004, que llenaron de terror el país, terminando por expulsar al Presidente Arístide, justo en el aniversario de los 200 años de la Independencia.

          El ejército de Napoleón no solo temía a los haitianos -de los que fue víctima- por su dominio de las armas y su capacidad de lucha; también los temía por su dominio sobre los espíritus malignos y demonios de África, que ocultos tras símbolos cristianos,  protegían al “Ejercito Caníbal” haitiano, formado por los esclavos. La realización de misteriosos rituales, las muertes escalofriantes por causa de envenenamientos y otros medios de persuasión practicados por hechiceros y  brujos, causaron tal terror en el ejército napoleónico que, unido a su derrota y fuga de la colonia, mitificaron la extrema maldad del Vudú.

          Pero el Vudú es, en esencia, una religión politeísta de armonía y tolerancia, basada en las relaciones entre el mundo natural y el mundo sobrenatural y los vínculos entre los vivos y los muertos, que carece de una teología fija y una jerarquía organizada al estilo católico, por lo que podríamos decir que es una religión más flexible. Lo que comenzó hace cientos de años en África occidental como una simple adoración a los ancestros  y a los espíritus, ha evolucionado hasta convertirse en una religión sincrética única, con su propia visión de la vida, filosofía, medios curativos y expresiones artísticas.

          El Vudú tiene su origen en las prácticas religiosas de las tribus fon, yoruba y ewe de la región occidental de África, que actualmente ocupan los países de Ghana, Nigeria, Togo y Benín.

        Estas religiones africanas creían en un ser supremo creador del mundo, y que estaba por encima de los humanos, de modo que los vivos se dirigían a los muertos y a los espíritus para pedir consejo y protección. Estos espíritus eran venerados e invocados en ceremonias con tambores, bailes y cantos en las que se les ofrecían diversos tipos de sacrificios con animales con el fin de implorar protección. Los sacerdotes mediaban entre los humanos y los espíritus, con el fin de ser poseídos por los espíritus y recibir protección y sabiduría.

          Con la llegada de los esclavos africanos a lo que actualmente es Haití, se les impuso la obligación de cambiar sus creencias religiosas, para practicar el catolicismo y la adoración de nuevas imágenes que representaban a los principales símbolos cristianos. Los esclavos, con el fin de cumplir sus obligaciones, rezaban y cantaban a los nuevos símbolos cristianos para no ser castigados, pero en el fondo sus rezos y veneraciones iban dirigidos a sus espíritus africanos, denominados lwa.

          A lo largo de los años, este sincretismo tomo como preferentes algunos de los símbolos cristianos:

 

-           Santiago como Ogun, el espíritu del trueno, el fuego y la guerra

  • La Virgen del Carmen como el lwa Ezini Freda, espíritu del agua y que tiene la virtud de conceder riquezas materiales a sus fieles
  • San Patricio como dios serpiente.

 

En Haití el vudú impregna la psique haitiana actuando en todos los niveles de la sociedad, desde el campesinado hasta la intelectualidad urbana, y junto con el idioma criollo, es un elemento fundamental de la identidad cultural.

          El Vudú, proscrito tanto tiempo por estar considerado una superstición peligrosa, siendo la religión más popular de Haití ha tardado cientos de años en obtener su reconocimiento oficial, como hace la Constitución Haitiana de 1987, en cuyo artículo 30/1 se reconoce oficialmente la religión Vudú.

          De lo expuesto se puede percibir que el Vudú de Haití, en su sentido más estricto, tiene muy poco que ver con la versión escalofriante que utilizó el cine, con zombis y muñecos clavados con agujas.

Este tópico es el resultado de confundir el vudú con las prácticas mágicas de los brujos o  hechiceros haitianos, llamados bokors, los cuales no forman parte del sistema religioso, sino que, más propiamente, se inscribirían dentro del ámbito de la llamada Magia Negra, aunque en la práctica el límite entre ambos es bastante confuso.  Ese hecho, unido a la fama que adquirió el “ejército rebelde caníbal” durante la independencia y la etapa del dictador Duvalier, contribuyó a la imagen negativa del Vudú.

 

BOKORS

           

       Los bokors, son brujos o hechiceros haitianos que interpretan el vudú de una forma degenerada y diabólica, y que tiene poco que ver con la teología del vudú estricta que practican los sacerdotes llamados “houngan” o las sacerdotisas llamadas “mambo”, aunque en muchos casos sus prácticas pueden tener similitud. Los conceptos de los Bokors se basan en su reinterpretación del vudú, heredada bien de otros brujos ya fallecidos y que fueron sus maestros, como de diversas sociedades secretas de brujería. Tienen un gran poder de persuasión y son respetados y temidos.

          Sus rituales y ceremonias divergen del vudú tradicional, y cada bokor mantiene su propio esquema de ceremonia, aunque casi todos se someten a la influencia de Lucifer y de lo que podríamos denominar “magia negra”.

          En general, sus templos están en zonas apartadas de otras casas, incluso en lugares de difícil acceso para una persona que no sea del pueblo, aunque todos en el entorno conocen su existencia. Sus casas mantienen la propia vivienda y los anexos de la misma, donde están ubicados los altares y lugares de imploración a Lucifer. También mantienen altares con diversos fetiches en el exterior, protegidos exclusivamente por un techo con hojas de palma. Los altares divergen de un bokor a otro, aunque existen elementos comunes en muchos de ellos, como son numerosos cráneos humanos, cuchillos y puñales, tambores y una cruz de hierro bajo la que hacen fuego. Sobre la pared de sus templos existen pinturas y dibujos con los signos propios de cada bokor, tales como la imagen de Santiago Matamoros en una actitud agresiva, la serpiente, y otros más complejos. Los colores predominantes de estos murales son el rojo y el azul fuerte, coincidentes con los colores de la bandera haitiana, que nació dos años antes de la independencia, cuando un famoso esclavo rasgó y arrancó la franja blanca de la bandera de sus colonos blancos, los franceses.

          Desde la lejanía, sus casas se pueden reconocer por la existencia de palos altos con alguna bandera de un solo color, preferentemente rojo. En el exterior de la vivienda siempre se encuentran algunos hombres que siguen las ordenes del bokor y que permanecen en el lugar si él se ausenta.

          El bokor puede vestir de forma diferente según el tipo de ceremonia, aunque la túnica roja con el paño rojo en la cabeza es el atuendo más utilizado, preferentemente en los rituales satánicos, en los que suelen sacrificar algún animal, cantar al ritmo hipnótico de los tambores, gritar, o dar latigazos delante del altar exterior donde una cruz ardiendo da el inicio al rito y abre la puerta a los espíritus para entrar en la ceremonia.

          La gente acude a ellos por múltiples razones, aunque las principales son pedir protección contra el demonio, consejos, suerte, fidelidad, o daños para otra persona o clan, incluyendo la petición de muerte.

          Los bokors están vinculados a uno de los hechos y mitos más escalofriantes y oscuros de Haití, los zombis, que el cine reinterpreto en múltiples films.

          La historia de los zombis ha sido objeto de múltiples investigaciones desde el punto de vista  científico, principalmente por Brad Wellman, Wade David o el Doctor Antoine Villers. Se descubrió la existencia de individuos esclavizados, sin voluntad propia y bajo una obediencia total a un bokor. Su origen es fruto de la alquimia de los bokors, que tras elaborar una compleja sustancia química, se  la suministraban a un individuo de otro pueblo. Esta sustancia una especie de droga-veneno, reduce a la víctima a un estado catatónico comparable con la muerte; en ese estado, se concluía dando por muerto al individuo y se procedía a su entierro. Esa misma noche, el bokor y sus fieles, desenterraban a la victima y la trasladaban a su casa lejos de ese pueblo. Aplicándole otra sustancia la víctima recuperaba las constantes vitales normales, pero su cerebro permanecía dañado y sumido en una amnesia permanente, con un comportamiento autómata y de plena sumisión a la voluntad del bokor, que los podia utilizar incluso para cometer actos violentos, aunque habitualmente servían de peones o esclavos de tareas básicas. La sustancia se aplicaba periódicamente  con nuevas dosis sobre el individuo con el fin de mantenerlo esclavo de por vida.

          Tras múltiples análisis químicos se detectó que la sustancia contenía  principalmente tetradotoxina, veneno neurotóxico que se encuentra  en el pez globo y en algunas ranas venenosas. Este ingrediente combinado con otras sustancias, como la datura metal y datura stramonium que se obtiene de diversas plantas, produce un estado de amnesia permanente.

          Cabe mencionar que el código penal de Haití castiga fuertemente a los individuos que drogan  a otros con el propósito de convertirlos en esclavos-zombis tal y como se menciona a continuación:

 

    “Y también se considerará intento de homicidio el envenenar a una persona usando sustancias mediante las cuales no es muerta pero queda reducida a un estado de letargo, mas o menos prolongado, y esto sin consideración de la manera en que las substancias fueron usadas o cual fue su efecto posterior. Si después del letargo la persona es sepultada, entonces el intento será considerado asesinato.”

 

          De entre los bokors no puede dejarse de destacar al que se consideró el más poderoso bokor: el expresidente Francois Duvalier, apodado “PapaDoc”, que gobernó bajo la dictadura del terror durante  décadas. Hasta su muerte en 1971, mantuvo el país en un estado de caos y terror permanente, utilizando el vudú caprichosamente y materializando su maldad por múltiples medios, pero sobre todo por la crueldad de  su amplia guardia personal, “los tonton macoutes”, que seleccionaba entre los fieles a los bokors.

         

                   

 

EL CAMINO NEGRO DE SANTIAGO

 

          Uno de los símbolos cristianos que los esclavos negros haitianos aceptaron con más fuerza y que tras siglos se consolidó como referente clave del vudú, fue SANTIAGO MATAMOROS (St. Jacques en francés), al que se le incorporo uno de sus Lwa (espíritus) más importantes e influyentes de África, el  OGUN FERRAY.

          La imagen de Santiago que se veneró y utilizó para dar forma a este espíritu, fue la de Santiago sobre el caballo, con la espada en mano, en una actitud guerrera, con los cuerpos de sus victimas en el suelo. Tal vez esta imagen belicosa y hostil impactó entre los esclavos, que tuvieron que luchar con fuerza contra las tropas  francesas de Napoleón para su independencia, y que veían en este símbolo guerrero de Santiago un estandarte perfecto para implantar a su espíritu más poderoso, “Ogun el guerrero, dominador del fuego y el hierro”. Su imagen terminó por convertirse en uno de los símbolos más importantes del Vudú y también de la Magia Negra.

          A lo largo del país el culto a la figura de Santiago está muy presente en los lugares donde se realizan los rituales, en los templos y altares. Los templos de algunos Bokors están pintados con murales con la figura de Santiago Matamoros. En su interior muchos fetiches usan la misma imagen, sirviendo como elementos esenciales en la realización de rituales ocultos o privados. Rituales en los que el ritmo hipnótico de los tambores y los cantos en la noche, inducen a los fieles a trances en los que el éxtasis y la sangre de los sacrificios desploma sobre la cargante atmósfera una densa y escalofriante tensión.

          El lugar donde reside el espíritu de Ogun, simbolizado por Santiago, es la Laguna de Santiago, una fangosa y sucia charca situada a escasos metros de un árbol sagrado y una pequeña iglesia a cuya entrada se agolpan gran número de mendigos. Hacia esta charca o pequeña laguna peregrinan durante el año cientos de fieles vudú, aunque la peregrinación más importante para ser poseído por el lwa Ogun se produce el 25 de julio.

          Los fieles asisten a la laguna con un paño rojo en la cabeza, y una vez en la charca se bañan y revuelcan bajo el hipnótico e intenso sonido de los tambores y el murmullo de la multitud de adeptos. Muchos de ellos ofrecen y echan sobre la laguna múltiples ofrendas o sacrificios, para finalmente ser poseídos por el espíritu de Ogun. Entran en trance y beben en un éxtasis estremecedor, para ser cabalgados por su gran lwa (espíritu) Ogun, que les trasmitirá fuerza e invulnerabilidad, liberándolos de sus penalidades.

 En los bordes de la charca se encienden gran cantidad de velas, muchas de ellas sofisticadas y con símbolos de Santiago, y otras, simples palos que arden con una constante y fuerte combustión, como si también hubiesen sido tomados por Ogun.

 

 

LA EXPOSICIÓN

 

         Las fotografías que integran esta exposición han sido captadas durante los últimos 5 años, tras múltiples viajes en solitario, con el fin de introducirme y ser admitido lentamente en el complejo e impenetrable mundo de la Magia Negra y el Vudú. Reflejan principalmente mi relación con rituales privados u ocultos celebrados en distintos puntos del país,  tras los que terminé siendo iniciado como fiel en estas prácticas.

 Durante mis estancias en diversas zonas del país habité en casas particulares de haitianos o en pequeñas e inquietantes pensiones. Solía desplazarme en el mismo transporte que usan los haitianos (Tap-Tap y camiones), para sumergirme de esta forma en lo más profundo del pueblo y en sus complejas creencias, desde el Sur hasta el Norte, desde misteriosas aldeas hasta  violentos suburbios.

         La exposición es parte de una extensa obra artística, fruto de un intenso trabajo, de sacrificios y riesgos, que no excluyen el propio riesgo vital, dada la habitual situación de caos e inseguridad del país, agravada en ocasiones por factores extraordinarios (muchas de las fotos fueron tomadas durante las rebeliones del 2004, en la que se produjo el asesinato del periodista español de Antena 3, Sr. Ortega).

          Con la exposición se trata de dar una amplia muestra de la compleja espiritualidad haitiana, desde el Vudú hasta la Magia Negra, sin olvidar la gran presencia de Santiago Matamoros en todas estas creencias y practicas en múltiples zonas del país, lo que lo convierte en un extenso, desconocido e inquietante Camino negro de Santiago.

          La parte más oculta y degenerada del vudú practicado en Haití esta representada por la figura de los brujos o hechiceros de magia negra, que ha manchado y desprestigiado la parte positiva de la religión vudú. Estamos hablando de los Bokors, como así se denomina a estos brujos demoníacos.

          Junto a mi obra fotográfica acompaño diversos fetiches usados en las prácticas o altares de Vudú y Magia Negra, adquiridos por mí a diferentes Bokors con los que me une una fuerte amistad. Muchos de estos fetiches constituyen muestras de lo que se puede considerar como arte Vudú.

         

 

                                                           Luis López “Gabú”

 

 

 

 

CRITÍCAS DE ARTE

 

Ánxeles Penas

Crítica de arte

 

            Desde Guinea Bissaú hasta Haití, Luis López “Gabú” a recorrido muchos tortuosos caminos y de esos caminos ha surgido su obra pictórica y fotográfica, pero en esta ocasión, al gran valor artístico de su trabajo hay que sumar el mérito del riesgo y el valor de documento antropológico que tiene. Rituales en un baño de sangre, trances, invocaciones al diablo por parte de hechiceros, así como altares y templos, aparecen mostrados en toda s crudeza; pero, ante todo, con un enfoque prodigioso de la cámara, con un ojo certero que consigue captar la intensidad del clímax o las siniestras y tenebrosas luces de una atmósfera.

Tratándose de instantáneas casi “robadas” hay que reconocer que Gabú es un fotógrafo y artista consumado, capaz de sentir cuál es el momento justo para disparar  y  modular la luz para que los colores no se desvanezcan. Conociendo sus otras facetas como pintor, se puede comprender como sus obras fotográficas mantienen una composición y color que parecieran estudiadas en un laboratorio y que, sin embargo, él hace de modo rápido y preciso en una entorno de máxima tensión, incluso para su vida.

            Precisamente algunas fotos nos recuerdan el claroscuro de los cuadros de Rembrandt o de algunos otros tenebristas, como Caravaggio o Ribera, porque hay un solo y pequeño foco de luz: una antorcha, una rendija, un reflejo sobre los cráneos mondos de una calavera… y el resto oscuridad, negrura térrea, agitada por sombras de desdibujados objetos como telas, trapos, botellas, estampas, fetiches y un sin fin de elementos que los brujos utilizan para sus conjuros. Luces cenicientas y mortales iluminan esos antros de la miseria y, si no supiésemos  que es vudú o magia negra, nos parecerían una reflexión descarnada sobre los infortunios del mundo, sobre la vanidad y sobre la muerte. Ningún signo de alegría o de esperanza parece iluminar estos rostros patéticos, ni siquiera cuando están en trance, sino que se manifiestan como afectados por la visión cruda de los espíritus del ultra mundo, no precisamente angélicos.

            Muchas de estas  fotos nos recuerdan uno de los visionarios pasajes del “Libro del buen amor”, en que un ladrón ha hecho pacto con el diablo y, cuando éste viene a cobrarse los beneficios recibidos, el ladrón desde la horca sólo ve un desolado pasaje lleno de harapos y viejos zapatos. Una visión similar de penuria física y anímica envuelve estos escenarios, sólo animados por el rojo intenso de los ropajes del Bokor y de los participantes en las ceremonias de sangre. Se presiente que la penuria es a Haití lo que el vudú a las escatologías nocturnas de sus ritos.

            Que Gabú haya podido extraer belleza de ellas demuestra que es un artista de especial sensibilidad, fascinado, como el sevillano Valdés Leal, uno de los maestros del barroco, por el poco valor de las cosas del mundo. Sea lo que fuere ha conseguido captar, con una intensidad dramática inusual, la relación de estas gentes  con las fuerzas de la naturaleza, númenes a los que parecen aferrarse como única tabla de salvación para su pobreza.

            Esta obra fotográfica consigue sobrecogernos por su directo y mudo enfrentamiento entre la vida y la muerte. Testamentario de la extrañeza, Gabú nos ofrece un extraordinario

documento y un ejercicio de Gran Arte.

 

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Joaquín Lens

Crítico de arte            

 

Luis López, que adoptó como nombre artístico el de una aldea africana de Guinea Bissau famosa por sus prácticas de magia, “Gabú”, decidió hace varios años acercase al fascinante mundo del vudú dentro y fuera de Africa. En esta ocasión fue Haití y su solitario recorrido por el complejo país, lo que le permitió un acercamiento real, y no exento de peligros, al tema de esta exposición

La experiencia de sus anteriores viajes a África y los cuadros que esas vivencias le inspiraron, le confieren una habilidad especial a la hora de plasmar en imágenes fotográficas las prácticas espirituales de las que es testigo privilegiado. Sin desdeñar la vida cotidiana de la que emergen estas practicas, Gabú se centra en la veinticuatro fotos que componen la muestra, en los propios rituales y las personas que en ellos participan, así como en sus templos y altares. Asistimos así a ceremonias protagonizadas por impresionantes sacrificios sangrientos y prácticas religiosas que a un espectador de nuestra cultura resultan tan impactantes conmo sobrecogedoras.

Pero por encima de interés documental, el trabajo fotográfico de Gabú, posee un elevado interés arístico. Los estáticos retratos de cuidada composición dialogan con vibrantes escenas de las ceremonias cargadas de inquietante belleza ritual, cuando no de violencia transgresora. Y aunque las dificultades técnicas son evidentes dada la baja luz, el humo y el movimiento , el talento del artista hace de esa carencia su recurso más efectivo: el color y la iluminación hábilmente utilizados con contrates que en ocasiones recuerdan a Vermeen dota a sus piezas de una belleza inquietante, convulsa y desasosegante que impresionan al espectador.

 Gabú ha querido mostrar junto a su obra, muñecos vudú y fetiches obtenidos gracias  a la amistad con brujos de diferentes zonas de Haití. Esa combinación de imágenes y experiencias propias y ajenas, así como el amplio espectro entre el sosiego y el movimiento frenético de sus fotografías, reflejan la importancia de convivir con los bojor o brujos, y saber esperar pacientemente para obtener intensas muestras de un periplo vital que este artista convierte en apasionantes obras de arte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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